Alguna vez hablamos sobre el particular placer que me produce que mis amigos lean los libros que yo ya he leído. Mi razón es más que obvia, en realidad es algo más que simple: es mi mejor oportunidad para releerlos y poder hablar con alguien de ellos.
Este post es la despedida de un año que en el que me permití muchas relecturas. También es un saludo y un agradecimiento a quienes hicieron posible encontrarme nuevamente acogida entre las páginas que me dejan ser a diario quien soy. Este post es para ustedes y también para esa persona que me regalo una foto de infancia.
"Después de todo, la memoria no es un acto voluntario, es algo que ocurre a pesar de uno mismo, y cuando todo cambia permanentemente, es inevitable que la mente falle, que los recuerdos se escapen."
Sucede, como es natural, que un día cualquiera decido hacer mi visita de rutina al oftalmólogo. El sujeto se sienta con elegancia detrás de su escritorio y empieza el cuestionario de rigor que en realidad le importa poco y al que desde su lecho de costumbre presta esquiva atención. Luego están los aparatos, las letras en todas formas, colores y tamaños, los lentes que hacen ver más borroso, menos borroso, menos borroso, y ahí perfecto, los párrafos que se reducen paulatinamente y un par de anotaciones en su recetario. Finalmente, el sujeto -de mirada también esquiva- extiende hacia mí la fórmula y me recuerda otra vez lo sensibles que son mis ojos a los cambios ambientales. Hace otra vez su mueca de disgusto cuando le digo que vivo feliz en México y cierra la puerta advirtiéndome seguir de manera estricta el tratamiento.
Mi formulita pequeña y débil dice que debo utilizar 2 tipos de gotas durante los próximos 4 meses. Y yo obediente las compro y a la mañana siguiente empiezo el tratamiento. Las primeras mantienen húmedos mis ojos, las segundas no sé exactamente que tipo de infección por ambiente tratan, pero a los pocos días sé claramente lo que provocan.
Me molesta la luz, ponen sensibles mis ojos y ya no soporto la lámpara que acompaña mis lecturas cada noche. Mi cabeza no tolera los rayos del sol, las bombillas, la computadora. Cuando uso las gotas mis ojos se sienten mejor, ya no arden, ya no están irritados o rojos. Pero desarrollo algo parecido a una desesperante fotosensibilidad. Luego llega el dolor de cabeza que se instala en mi vida como si fuera mi mejor amigo y noche a noche me aísla más temprano hacia en interior de mis cobijas. Un par de días después no lo aguanto más y decido comprar algo para el dolor. Al cabo de una semana lo comprendo todo y decido escribir mis propias indicaciones médicas que desde entonces sigo religiosamente:
Gotas para infecciones por ambiente en mis ojos a las 8am, aspirinas a la 1pm, lámpara a una distancia de 3 metros del libro a diario y aspirina otra vez a las 12 de la noche.
Conclusión: ¡He ido al oftalmólogo para medicarme aspirinas!
LUGAR : biblioteca de Filosofía y Letras de la UNAM
FECHA: viernes 10 de junio.
En realidad ese día sólo quería leer un rato y contrario a lo que normalmente ocurre en la UNAM encontré fácilmente un lugar libre para hacerlo. Elegí con calma una mesa en un rincón al que aún llegaba un suave rayo de sol y donde no se escuchaban las voces de los pocos estudiantes-transeúntes-visitantes que recorrían sonámbulos los pasillos de la facultad. Creo que leí alrededor de una hora y cuando me disponía a partir mis ojos se toparon con un papelito pequeño en el que se amontonaban las palabras. Lo tomé, lo leí y decidí guardarlo (ya verán porqué).
Al leerlo se me ocurrieron algunas cosas que enumero a continuación:
Quizás ese papel era sólo la forma más rápida de conservar algunos datos que su dueño original debía memorizar mientras caminaba (demasiada ingenuidad).
Podía haber sido empleado por un estudiante para explicarle a otro algo qué se había perdido por ausentarse de la última clase y que seguro iba a salir en el examen final (probable).
Tal vez el estudiante ese día no llevó la libreta en la que apuntaba la información de esa materia y dada la importancia de los datos decidió hacerlo en el único fragmento de papel que le quedaba desocupado en la hoja de apuntes de otra materia. Luego, al pasarlo en limpio al lugar correspondiente, lo arrancó sin compasión y lo dejó abandonado en aquella mesa (exagerado)
También podía ser una simple copialina (acordeón) que ya había cumplido su misión y que había terminado abandonado (mucho más creíble).
En cualquier caso, ninguna de la opciones anteriores terminó por ser totalmente cierta -ya verán porqué-. Como les decía, los curiosos datos del papelito me llevaron a guardarlo hasta hoy, y sin más preámbulos aquí se los presento acompañado de otros objetos:
Existe un elemento común en los miles de textos que se encuentran en la red sobre numismática: en todos ellos tienden a definir a las monedas como elementos o piezas resistentes que han servido históricamente para realizar intercambios o transacciones comerciales. En mi caso, creo que el intercambio ocurrió aquella mañana en la que alguien abandonó su "copialina" en la mesa que yo ocuparía más tarde. Aquel encuentro me hizo leer muchos textos, me generó muchas preguntas y obviamente me divirtió largas horas.
No estoy segura qué estudiaría el primer dueño de la "copialina", me gusta imaginarme que no es economía, y que tal vez alguna vez perteneció a un filólogo que intentaba conocer las monedas de una época específica para entender mejor un texto. En cualquier caso, si mi famoso papelito era una "copialina" creo que el estudiante reprobó su examen porque para empezar no existen los ábolos, en cambio sí existen los óbolos.
Los óboloseran monedas griegas, de plata y cuyo valor era una sexta parte de un dracma. Sin embargo, no fue en Grecia donde por primera vez se acuñaron monedas de carácter oficial, esa genialidad comercial que se ha mantenido vigente hasta hoy fue inventada en Lidia (hoy Turquía). Eran acuñaciones de plata y oro en las que se estampaba el sello del león del rey y que más tarde copiarían en China y Grecia. Los griegos popularizaron el uso de las monedas que viajaban con ellos y en las que se terminó estampando algo característico del pueblo, lugar o gobierno del sitio de acuñación, lo que permitió que fueran pequeñas cartas de presentación para los comerciantes y elementos históricos para el mundo.
Investigué mucho sobre mi papelito y ahora sé que en él hay imprecisiones o errores. Pero eso ya no me importa porque su encuentro me permitió viajar por el tiempo, ver cuáles eran los famosos talentos de los que tanto hablaban en la Biblia y apreciar la historia que se esconde en esos elementos cotidianos que a diario pasan de mano en mano sin que les prestemos demasiada atención.
Acá abajo dejo el enlace de dos páginas que quizás les interese y que vale la pena mirar al menos rápidamente (tienen imágenes):
Esta es una vieja historia, pero es una historia que nunca he contado completa o por lo menos no desde el comienzo. Creo -si los cálculos y la memoria no vienen a fallar justo hoy-, que fue a mediados del 95 cuando se conocieron. Él y algunos de sus amigos acostumbraban pasar las tardes conversando en el negocio que por aquella época tenía mi mamá. En esos días mi hermanita terminaba el colegio y tarde a tarde sonreía cuando lo veía cruzar la calle.
Eran semanas en las que escuchaba incansablemente descripciones y opiniones sobre un joven agradable que yo aún desconocía. Eran semanas de románticos y quinciañeros comentarios que se materializaron el día que por fin lo vi cruzar el umbral y sonreír con aquella sonrisa perfecta de la que mi hermana tanto había hablado, dando comienzo al ritual que se repetiría aquella tarde y las siguientes. La misma coca-cola, la misma marca de cigarros, la misma sonrisa. Y yo en algún rincón apenas levantando los ojos para verla feliz.
...Luego la memoria me juega una mala pasada y mezcla recuerdos. Luego vendrían los domingos en su compañía, los tres paseando a nuestra perrita por la ciclovía, los tres comiendo manzanas acarameladas (y acabo de notar que esa fue la última vez que comí una) mientras esperábamos el autobús, los tres de paseo por la Candelaria, los tres en los cineclubes, los tres en conciertos, los tres saliendo a fiestas -con sus amigos o los míos-, los tres o los cuatro -si contamos cuando Alberto iba con nosotros- saliendo a bailar, a escuchar música en alguna casa, los tres, los cuatro, los dos. Esos meses y esos días que ahora siento tristemente lejanos e irrecuperables.
Y aunque se me escapan algunos detalles, aún conservo la imagen del día en que mi hermana le compró aquel regalo, ese regalo especial porque él no era como los chicos que había conocido antes. Mi hermana le había comprado un par de libros que pensaba lo atraparían de inmediato. Pero lo que realmente sucedió fue que terminaron abandonados sobre una mesita y luego arrumados en otra y de ahí a un rincón hasta el momento en que finalmente yo tomé el de lomo azul y lo recorrí lentamente. En una de sus páginas Las ménades, mucho más adelante un Axolotl, algunas atrás Una flor amarilla, luego Torito, y casi al final, magistralmente La noche boca arriba.
Eso ocurrió en el 96, eso ocurrió el mismo año en el que leí casi todos los de García Márquez porque correspondían al ciclo escolar. Fue el mismo año en el que debíamos escribir un libro y yo decidí que el mío sería una inmensa y enorme flor amarilla y blanca de la que colgaría -en forma de taza- un diminuto diccionario en el que explicaría algunas formalidades de mi gigantesca margarita. Ese fue el año en el que por primera vez supe que me dedicaría a pasar, leer y admirar para siempre aquellos objetos que hoy dan sentido a mi vida. Fue el año que contesta a las preguntas que creí lejanas y que espero no volver a escuchar ¿Por qué quiere estudiar literatura? ¿y, eso qué utilidad tiene? ¿En qué va a trabajar? Fue también el año en el que David y yo nos hicimos hermanos, y fue el año en el que empezamos a jugar al monstruo. Misma fecha en la que me encontré con su amigo Jairo para que me contara sobre sus dos incipientes semestres de universidad y sobre esa carrera que por entonces yo desconocía.
Llevo días pensando que no es realmente a Cortázar a quien debo mi amor por las letras, es a mi hermana y a David que me regalaron sin querer ese año. A David que siempre me apoyaba y que siempre confiaba en mí. A mi hermana que siempre me ha tendido su mano y me ha señalado la ruta.
En el centro mi hermanita de blanco y azul. Yo de blanco
y rosa tomada de su mano y con la mirada perdida en el
tiempo.
II
La irrefrenable pasión que me da aliento todos los días se generó lentamente y se consolidó muchos años después. Sin embargo, creo, -si mi memoria hoy funciona correctamente- que el olvido de David fue fundamental y es en él en quien reconozco mi primer primer paso... Ahora, sucede que es también a David a quien debo en gran medida el último que he dado. Le debo a ese maravilloso hombre -que después se fue haciendo grande, serio y discreto, y por el que ayer me desperté llorando- el tiempo para regresar a México y luchar por seguir el camino que me abrió su librito de lomo azul. Al mismo hombre que sin mediar palabra y sin interrogatorios sobre su devolución me facilitó el dinero para ajustar mi vida un par de meses y poder así postularme al doctorado.
De alguna y de muchas maneras le debo a quien iba por mi al colegio, a quien me enseñaba a conducir motocicleta, a quien bailaba conmigo hasta el cansancio, a quien bromeó todo el recorrido de esa cálida mañana bogotana mi dedicación y mi estudio en los próximos cuatro años, y finalmente le deberé siempre la incapacidad para contestar preguntas sobre mi futuro económico o laboral.
Conocía las calles y los crepúsculos, sabía de memoria nombres y lugares. Los había visto en guías, documentales y en miles de letras impresas y encuadernadas. Tenía un millón de datos en mi cabeza la primera vez que me paré ahí. Sin embargo, lo primero que recordé fue aquella lejana tarde en la que hablamos sobre la belleza de las formas y colores que adornaban la fachada de laCasaBatló. Esa tarde, el detective, me preguntó con un gracioso tono ¿Qué sentiría el que vivía en la casa de al lado? y luego añadió "¡qué envidia, no quisiera ser ese sujeto!"... Ese recuerdo, por supuesto, provocó un giro en mi mirada y mis ojos se posaron lentamente en la casa del al lado. La encontré hermosa, sencilla, colorida y simpática. Me sentí especial por ver algo que los demás no miraban, por apreciar también los pequeños detalles que a la gente no le interesaban, me sentí llena de una extraña y mínima sabiduría. Así fue como empezó uno de mis más bonitos viajes, uno entre algunos, y ese en concreto.
II- DIÁSPORA
Estoy segura de no equivocarme al afirmar que de alguna manera todos nos hemos ido, todos nosotros hemos partido y con todos está la experiencia de la lejanía. El éxodo que se mencionaba en la biblia o en la tragedias clásicas se ha vuelto una forma de realidad y una manera de construir ahora nuestras vidas. Algunos estamos lejos y algunos siguen estando sin estar, algunos salieron a pasear hace años por las pobladas páginas literarias, otros en medio de cantos rítmicos y exóticos, entre luces o entre la frialdad de las calles bogotanas, otros-algunos-aquellos se quedaron pero también se fueron... Finalmente sé que todos nos hemos marchado.
Yo me fui hace tiempo, pero a veces me sigo sintiendo ahí, en el mismo lugar, con los pies pesados como cubos de cemento. Anclada a esto o aquello. Yo me fui acompañaba por la partida lenta pero conjunta. Yo me fui, pero sigo estando. Lo sé cuando paso mis ojos por aquellas palabras que demuestran lo cerca que estamos, lo mucho que nos conocemos, lo clara que es su idea sobre mí. Ha pasado tiempo, lo sé, y sigo estando ahí, impávida, ligera. Me sigo quedando.
III- MCE
En Madrid hay una casa que nadie ve. En Madrid hay escondido otro sueño que se vuelve realidad. El arte, la belleza, la inocencia, la admiración y la ciencia se materializan en aquel lugar. Pase usted y visítelo. Ya sé que conoce Madrid de punta a punta, el problema es que ha dejado ir los lugares, no ha mirado bien. Está ahí, justo al frente. Levante un poco la vista, camine más despacio, tome aire. Ahí ha estado siempre la Calle de Romanomes 14, sí ahí, es la calle que desemboca en la Plaza Tirso de Molina.
Ahora comprende porque no siempre hay que mirar al frente. Lo siento por usted, se le escapan los detalles, en los fragmentos se le escapa la vida. ¿Qué sentirá el vecino de al lado?... no llore, no se aflija, podrá visitarla en su próximo viaje. Pero por favor, sea más cuidadoso. Intente descubrir todas las cosas diminutas que ha dejado escapar. Acumule. Rememore. Y por esta vez, trate de no dejarme ir, porque yo soy su pequeña metamorfosis.
IV- BIRLÍ
Silencio en la sala.
Nos ha llegado correo.+
Le avisan que estarán acompañándola. Le recuerdan su fortaleza.
Silencio. El detective se ha convertido en Sheriff. Fuma su puro en la parte trasera del salón.6
No se preocupe, él está listo para disparar. Él le recuerda ahora a Clint Eastwood.
Silva una canción, la que habla de un viaje. Sigue ahí, la escucha, la toma de la mano.¯
Usted es valiente, siempre sale adelante, siempre continúa.
A Mr. Spock no le gustan las fotografías, pero quizás eso se deba más al disgusto de ser fotografiado que al placer mismo del ejercicio visual. Esta entrada es un regalo para Mr. Spock, porque seguro desconoce a Rodney Smith y para aquellos ojos que en las múltiples distancias tratan de entender cómo marchan mis días.
El señor Smith estudió literatura inglesa y teología en Virginia y Yale, siendo este último, el lugar en el que se enamoraría de la fotografía. Es un apasionado del arte, de la música y de la perfección. Obsesivo y de carácter melancólico -aunque siempre optimista-, intenta transmitir serenidad y pasión por el mundo. Sus trabajos tienden a tener un aire a Magritte -cosa que me encanta- y una elegancia y sofisticación difícil de explicar, pero al mismo tiempo un ingenio y una poética fotográfica que es fácilmente admirable.
Extrañamente obsesionado con los sombreros, siempre ha sido reticente a la moda, aunque su padre fuera un magnate de esta industria. Conservador en su trabajo y con una envidiable claridad sobre su obra, sigue la huella de grandes como Dorothea Lange, Robert Doisneau y el mítico Henri Cartier-Bresson. Trabaja fundamentalmente en blanco y negro, y rara vez hace tomas con luz artificial.
Es un hombre sereno y claro. Es un hombre que fácilmente se deja sentir a través de las imágenes, el tipo de fotógrafo que siempre sacará un conejo del sombrero para sorprenderte. Es un fotógrafo de frases profundas y de gustos delicados. Es Rodney Smith, el hombre que me disgusta que etiqueten de surrealista. Es simplemente otros ojos que nos dejan ver, otros que acarician nuestros recuerdos. Es el Señor Smith para Mr. Spock y para usted que lo descubre en esas lejanas tierras.
Fue un sábado frío... Las imágenes empezaron a inundar mi cabeza, para quedar más tarde convertidas en recuerdos. Fue un sábado de extravío y de sensación de indefensión…
Atrás han quedado los afanes telefónicos, los llantos que inundaban las tardes de domingo y la añoranza por aquellas cosas que repentinamente recordaba y me hacían sentir lejos, sola e insegura.
He descubierto que soy alérgica al polen, que me gustan los viernes para ir al cine, y que desde aquí la luna se ve más grande y más cerca. Descubrí que necesito pocas cosas, pero que nunca controlaré mi adicción por comprar libros. Que me gusta ser extranjera, aunque ya no me sienta de ese modo. Que Cundinamarca puede ser una palabra graciosa y que la distancia es grande si no existe realmente algo que me motive a cruzarla. Ahora sé que el concepto de “familia” nunca ha sido bien definido. Sé que me gustan las tardes de otoño y los domingos para pasear al perro.
Aprendí a desprenderme y prenderme, aprendí a amar los lugares, las personas y las cosas que antes sólo eran referencias distantes y desconocidas. Aprendí a encontrar la ruta más rápida, pero también la más corta para demorar el regreso. Aprendí a sonreír con la mirada y a decir que extraño sin hacer dramas... Ahora veo con ternura la chiquilla que recorrió emocionada esas calles, ahora me siento viajera experta, ahora no temo exceder el equipaje.
Ya no siento la ausencia de Monserrate como punto de referencia geográfico, porque sé que cada lugar tiene su lógica (La de Barcelona consistía en notar la “muy leve” inclinación de la tierra, para saber hacia qué lado quedaba el mar y así saber hacia dónde debía caminar) y porque al final siempre es agradable recorrer un camino desconocido.
Ya se construyó una historia aquí y se añadió un par de cosas a la de allá… Se llenaron los días de personas, olores, momentos y cosas, se escucharon canciones y se construyeron omisiones… Se cansaron los pasos y se vaciaron los vasos…Tic-Tac, Tic-Tac...
Fue cuestión de tiempo...El corazón se fue llenado, y la soledad se fue esfumando.